El Sábado Santo, el día en el que esperamos el día que esperamos

Hoy, Sábado Santo, es un día extraño. Extraño porque Dios que en los días anteriores ha realizado portentosamente la obra de nuestra salvación, hoy no "trabaja", hoy descansa en el sepulcro, como descansó tras los 6 días de la creación (¿quiere decir acaso que ha concluido una nueva creación?). 
Hoy, Sábado Santo, día entre el viernes de la cruz y el domingo del sepulcro vacío, es un día extraño, pues es un día de tranquilidad y de espera. Continuamos de luto por la muerte de Jesús en la cruz por nuestros pecados. 
Esperamos, confiados en que el Dios hecho hombre que no bajó de la cruz para vengarse con poder de nosotros sus verdugos sino más bien desde el madero pedía al Padre perdón para nosotros, nos entregaba a su Madre como compañera de vida y nos prometía el paraíso como al buen ladrón.
Esperamos, confiados en este Dios que por amor a nosotros toma nuestro lugar en la cruz, por amor también nos preparará un lugar en su Reino.
Esperamos, no como cuando los niños esperan "a ver si Santa les trae (todo) lo que pidieron" (las decepciones no faltaban), sino como se espera el amanecer, seguro que llegará.
Esperamos, no como en el banco, en la estación o en el supermercado, ociosos y perdiendo el tiempo hasta que llegue la hora, sino como el sembrador que semanas después de haber sembrado aún no ve brotes en los surcos, y no obstante sigue regando y cultivando la tierra pues a pesar de no lo ve ni lo comprende, espera el brote y más tarde la cosecha de la semilla que ahora se transforma y crece bajo la tierra.
Esperamos expectantes como los aficionados esperan el final de su serie favorita, cuya historia se ha entremezclado con sus vidas y con ella han reido, llorado, gozado y esperado.
Esperamos este Sábado Santo como la novia espera su boda, llena de ilusión, y también de preparativos, donde el tiempo es precioso. Como ella, más que un momento, esperamos a una persona que nos ama y que desea unirse a nosotros para darnos una nueva vida junto a ella.
Esperamos a Cristo, Luz del Mundo, que nos ilumina con su gracia y que en el Bautismo nos enciende para también nosotros ser luz, esperanza para nuestros hermanos. Una luz rompe las tinieblas y nos permite orientarnos y ver de donde vengo, donde estoy y hacía dónde voy.
El pueblo israelita cruzó el Mar Rojo de noche, al amanecer llegó a la otra orilla. Paso de ser esclavo del Faraón, a un pueblo libre para servir a Dios.
Prepararse a aceptar la luz de Cristo este Sábado Santo supone una conversión del corazón, dejar que Dios nos quite el corazón de piedra insensible a Él y nos dé un corazón de carne que sienta con Él, que ame.
La Magdalena Penitente, Georges La Tour (1625-1650)
Una de mis pinturas favoritas que presenta muy bien el arrepentimiento y la conversión del corazón. 
Aceptar la luz de Cristo supone una decisión firme de dejar el pecado, aceptar el perdón y el amor de Dios y estar dispuesto a seguirle y obedecerle en una nueva vida como hijos suyos, como cuando Dios vino a habitar entre su pueblo (en la tienda donde ser guardaba el arca de la alianza que pidió construir a Moisés) y guiarlos por el desierto hasta la tierra que les prometió para su felicidad.

Esta noche tras la espera, celebramos la Pascua, ¡abre las puertas a Cristo Resucitado, luz para tí que esperas!

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